Paseando por un sueño para recordar. ( 1/2)

Normalmente no me acuerdo cuando sueño, pero esta noche… he soñado con ella, con Ana Morgade. Si en el sueño solo la hubiera visto pasar como una transeúnte y sólo nos hubiéramos cruzado la mirada… ya hubiera valido la pena el sueño. La verdad es que no me acuerdo del 100% del sueño pero si de una gran parte.
Todo empieza en un lugar, el cual desconozco pero parece una ciudad grande, se podía ver a lo lejos un puente como el de Manhattan, pero no era esa ciudad de eso estoy seguro, estábamos paseando por una calle de ese lugar los dos solos, ella era tan divertida, espontánea y dicharachera como es en la tele, cada vez que la miraba tenía plasmada en el rostro tan cuidadosamente esculpida esa flamante sonrisa. Estuvimos paseando y nos encontramos a unos amigos, la verdad que no me acuerdo de quiénes eran, no se si eran conocidos pero no me sonaban ni sus caras ni sus nombres, eran desconocidos para mí y conocidos para ella, pero la sensación era como si los conociera de toda la vida. Estuvimos con ellos hablando un rato, contando cosas, riendo, cada vez que escuchaba su inigualable risa que sobresalía de entre el murmullo del gentío, era captada por mi sentido auditivo e inmediatamente mandaba una orden al cuello para que mis ojos pudieran captar de nuevo su sonrisa, la cual dejaba ver esa perfecta, ordenada y blanca dentadura superior, esta sensación se multiplicaba cuando de una risa pasaba a una carcajada. Nos despedimos del grupo y continuamos dando el paseo, ella llevaba un paquete de algo similar a unos frutos secos o algo así, no sé de dónde los sacaría, es más, en el sueño no me lo planteé, fue después, ya despierto que me di cuenta y me lo pregunté, -lo mismo se lo habían dado los amigos, ya podían haberme dado a mí también, que era mi sueño- continuábamos el paseo y ahora parecía que nos hubiéramos metido en un callejón muy oscuro, ella resplandecía e iluminaba lo único que yo quería y necesitaba ver, a ella sola, mientras caminábamos seguíamos hablando, comentando cosas y anécdotas, ella se echaba del paquete un puñadito de pongamos que fueran cacahuetes y de vez en cuando se echaba dos o tres unidades a la boca, cuando yo hablaba su boca permanecía cerrada masticando y me miraba con atención, sus labios parecían que bailaban la danza de los siete velos pero al descubierto, ¡qué sensualidad! Cuando ella hablaba o me interrumpía, ya para puntuar o rectificarme, hablaba con la boca entreabierta cuando aún tenía restos de cacahuetes sin tragar, y aunque habar con la boca llena es de mala educación le hacía unos rasgos tan sexys, que debería de ser mala educación el hablar con la boca vacía… (bueno ella porque no me gustaría ver a algunas personas hablando con la boca llena, y a otras pocas no me gustaría ni verlas directamente) seguimos por unos sitios oscuros hablando ella con sus cacahuetes y en alguna ocasión me quería mostrar alguna cosa que le había llamado la atención, ella me lo señalaba pero todo estaba oscuro, me daba igual y yo miraba, entonces yo veía lo que ella me quería mostrar con mucha claridad, ella iluminaba, era como si en su dedo tuviera una linterna y veía lo que quería mostrarme, me enseñó varias cosas a lo largo del paseo pero lo único que recuerdo es una ventana blanca, antigua, con los cantos de madera, formada por dos ventanales y dividido en cuatro cristales cada uno de ellos, todos los filos de madera, me daba la sensación de que tenía varias capas de pintura y estaba resquebrajada por el paso del tiempo, pero el color estaba intacto, era blanco impoluto y brillante, el interior no dejaba verse, parecía que estaba vacío ya que no se podía ver nada; pese que los cristales estaban relucientes.

CONTINUARA...